No subestimes el poder en las pisadas de fe de una mujer vulnerable decidida a levantarse.
Ella entendió que no existe una varita mágica para hacer desaparecer las
heridas propias de la vida, aunque le costó tiempo llegar a tal realización.
Por momentos pensó que estaba destinada a vivir con su deshonrosa carga interna
—esa que pocos comprenden, nadie nota y muchos critican.
Sin embargo, en el epicentro de su oscuridad se coló un dulce rayito de
esperanza, un suave susurro, una brisita fresca invitándola a descansar en una
verdad superior que la que rodeaba su vida. Y ella se atrevió a creer.
Un paso de fe que desató la furia de sus razonamientos y dudas, pero a
medida que cada día se enfocaba en cultivar su mejor versión y en la acogedora
melodía de amor que acariciaba su alma —consciente de su
vulnerabilidad—, descubrió que cada pisada alumbraba la siguiente, y comenzó a
sentirse mejor.
Entendió que a veces hay que perderse para encontrar el camino, llorar para
aprender a sonreír, caerse para levantarse con más ganas, pero, sobre todo,
descansar la mente y el corazón en la mano soberana que abraza nuestra historia con
gracia y propósito. Continuó sintiéndose mucho mejor.
La transformación ha sido lenta y continúa siéndolo, ese detalle parece
importarle poco. Hizo amistad con la paciencia, en su huerto cultiva amor
propio y gracia.
Encuentra descanso en los brazos del arquitecto de su destino, aprende a
descubrir apendizajes en lo incómodo y gris, es feliz con las notas armónicas
entre lo que siente, lo que hace y lo que mira al espejo. Se enamoró del
proceso, se enamoró del camino.
_____________
Amor y Gracia,
Sandy