Merezco hacer una pausa, mirar el camino recorrido y aplaudirme por las pruebas superadas en el anonimato, por las lágrimas derramadas en silencio mientras esperaba pacientemente el paso de la tormenta.
¿Por qué somos tan duras con nosotras mismas? ¿por qué entretenemos
conversaciones en nuestro interior que sabotean nuestro bienestar?
Desde que abrimos los ojos en la mañana se activa una cantaleta —una voz
crítica, cruel y exigente que expresa sin timidez su inconformidad. Un susurro
obstinado que nos recuerda nuestras limitaciones, montañas y metidas de pata.
En ocasiones, hasta se presenta con ayuda visual, pintando el peor escenario,
el peor desenlace, despertando ansiedad y desesperanza.
Sin embargo, nos hace bien recordar que no somos víctimas de todo lo que
vuela sobre nuestra cabeza. Tenemos poder de elección. Podemos cambiar de
paisaje.
Cada instante, con cada respiración, con cada latido de nuestro corazón, se
renueva la invitación a rendir muestra alma a la dulce y amorosa voz de nuestro
creador. Voz que conforta, sana y enriquece cada rinconcito de nuestro ser,
principalmente ahí donde duele y somos más vulnerables.
Afirmaciones de amor que nos visten de gracia, reposo y dirección.
Invitándonos a sembrar la autoridad de nuestras confesiones en el jardín de sus
fieles promesas, a regarlas con fe, mientras pintamos el lienzo de nuestra
imaginación con sus infinitas posibilidades.
Recibe con gratitud el amor incondicional de Dios, sin cuestionamientos ni
falsa humildad. Con brazos abiertos, sonriente, rebosante de esperanza. Como
niña mimada en el abrazo amoroso y seguro de su padre.
Háblate como le hablas a tu mejor amiga.
Ten paciencia contigo.
Piensa cosas lindas sobre ti.
No te exijas más de la cuenta.
Cree que lo estás haciendo mejor cada día.
Quiérete mucho.
¡Riégate con compasión!
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Amor y gracia,
Sandy