Cuando cultivo el arte de ser amable conmigo, de no juzgarme despiadadamente, florece en mí la linda urgencia de hacer lo mismo con los demás.
Querida autocomprensión:
Bendigo el día que inició nuestra amistad. Había escuchado cosas hermosas sobre tí, sin embargo, mis creencias limitantes me impedian acercarme con honestidad. Pensar en mis virtudes era un acto de arrogancia; complacer las expectativas sociales, la meta soberana.
Así lo ví, así lo aprendí, así lo viví, así se redujo a escombros mi esencia —incapaz de reconocer mis tesoros, enfocada en mis imperfecciones, viciada de criticas—. Con tisanas de amor y paciencia me invitaste a remover la coraza que con mucha cautela había construido alrededor de mi vulnerabilidad. Ha valido la valentía de cada paso en la dirección a mí misma.
Constantemente me animas a tratarme con amabilidad, a recorrer con gracia la flora de mi corazón y descubrir las luces que adornan mi jardín.También me alientas a observar con ojos de compasíon las sombras que alli habitan, sin juicios ni reproches, mientras iluminas frente a mí el camino heroico de la aceptación y la transformación.
¡Cuánta humildad emana de este rincón agridulce! Vistes mis palabras de seda para transitar los corazones vecinos con empatía y miel. Gracias
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Amor y gracia,
Sandy
