Ahi, donde el alma sonríe y encuentra paz.
Confieso que acepté la invitación con un poquito de reservas… ¿Será que sí?
¿Será que no? Pero, a medida que abrazaba la idea, mi interior se iluminaba con
rayitos de ilusión que se sentían como mariposas traviesas jugando en jardín florido.
Me puse un vestido dominguero, mis sandalias favoritas, colorcito en las
mejillas, y salí disparada a la aventura frente a mí.
De camino, noté algo peculiar, la naturaleza parecía celebrar mi decisión —los
arboles bailaban las notas musicales entonadas por la brisa fresca, mientras
que las nubes montaban la coreografía con formas que armonizaban a la perfección
con el azul capri del cielo—. Un guiño de ojo divino, aplausos de aprobación de
parte del creador.
Llegué a mi cita sin prisa, decidida a disfrutar cada instante, saborear el
presente y, por supuesto, honrar la compañía. Como siempre, ordené un latte de
caramelo, acompañado de un crepe de limón. Cada sorbito supo a gloria, cada
bocado fue mágico y, ni hablar de la conversación, salí renovada.
Una plática amena, amorosa y sanadora. Un paseo que muchas veces cuestiono,
pero que siempre deja mi alma desbordada
de calma, creatividad y gratitud. Una cita conmigo misma, un tiempo especial donde
recuerdo que no estoy sola, que estoy conmigo.
Amor y gracia,
Sandy