Le hace bien al alma recibir la completa aprobación de Dios —sin culpa ni verguenza— con la ingenuidad de una niña, segura en el amor incondicional de su padre.
Para mi amiga en su frustrante lucha por merecer el
amor de Dios.
Querida amiga,
Dios te ama, Dios te aprueba, Dios te sonríe. Nunca
dudes de ello.
Te invito a pintar en el lienzo de tu imaginación la
siguiente escena: Jesús sale a tu encuentro con una sonrisa luna nueva; la
dulzura y el amor que irradia su mirada aligera tu corazón, refresca tu alma.
Un coro de agradables emociones danzan en tu interior; el tiempo parece
detenerse, la calma te abraza.
Jesús extiende sus brazos con un hermoso regalo, te
dice con ternura: “Mira lo que tengo para ti, mi gracia, mi favor inmerecido. No
hay nada que puedas hacer en tus propias fuerzas para ganarla o merecerla, es
un regalo. Lo único que tienes que hacer es recibirla con gratitud. Tómala, es
tuya.”.
¿Qué haces? ¿La aceptas con la sencillez del corazón
de una niña agradecida
o la invalidas recordándole tus faltas y
desaciertos?
¿Por qué nos cuesta tanto ser receptivas al regalo
de Dios? Yo creo que mucho tiene que ver con la imagen que nos han presentado
de él. Muchas personas crecen con la idea de un Dios malhumorado que lo único
que busca es perfección de nuestra parte. Si ese es tu caso, respira, nada puede estar más lejos de la
verdad. Solo observa la coreografia de la naturaleza y descubrirás el reflejo
de un Dios amoroso, creativo y cercano.
La gracia de Dios no se cuestiona. La gracia de Dios
se recibe.
El mismo Jesús que dibujó la integridad de su amor a
través de la historia de Las Cien Ovejas, hoy sale a tu encuentro para
llevarte segura en sus brazos y recordarte que, no importa que tan alejada te
sientas de él, su gracia siempre será suficiente.
La gracia de Dios, su favor inmerecido, se recibe a
través de la fe, una decisión intencional que debemos tomar diariamente —abrazarla,
saborearla, crecer en ella—.
Existe un
cansancio en nuestro interior que solo se desvanece aceptando y descansando en
su gracia. Mientras la perfección hace
alarde de sus logros y autosuficiencia, la gracia florece a través de la
experiencia del fracaso, de nuestra imposibilidad de ayudarnos a nosotras
mismas, de nuestra total dependencia en Dios.
Tranquila, él no te va a tratar como otros lo han
hecho. Jesús trata nuestras heridas con respeto y dignidad. ¡Déjate querer! Su
gracia es suficiente.
Amor y gracia,
Sandy