No son las palabras perfectas, sino la sencillez de un corazón honesto lo que transforma mis palabras en oración.
Oración de un corazón honesto, reposado en el amor de Dios:
Jesús, gracias por el regalo de tu compañía, por escuchar con compasión mis
silencios, por bordar mis heridas con hilo de gracia.
Eres paciente conmigo. Tu dulce mirada desarma mis argumentos, aligera mi
carga interna, me viste de paz. Este dulce momento es bálsamo a mi mente,
quietud a mis emociones. La armonía de tu amor sopla sanidad, calma y confianza.
Conoces todo sobre mí, sin embargo, no me juzgas ni me avergüenzas, al
contrario, con susurros firmes y tiernos me vistes de dignidad —me enseñas a
amarme a mí misma, a valorar las cualidades que adornan mi personalidad y
aprender a no disculparme por ellas. Gracias por cultivar en mí el autocuidado
y el autorrespeto.
Me invitas a descansar en la riqueza
de tu compañía, a intercambiar mis limitaciones por tu sobreabundancia; mi
imposibilidad por tus riquezas; mis temores por tu amor y fidelidad.
Vistes mi corazón de felicidad. Acepto la invitación que me haces de saborearla en la vida misma, independientemente del sabor agridulce en mis circunstancias. Abrazo la decisión de cultivarla en mi interior, aunque mi mundo externo esté patas arriba.
Te agradezco por la dulce sensación de plenitud que se cuela en
los rincones imperfectos de mi vida recordándome que, el bien y la misericordia
siempre me acompañan en el camino.
Gracias por amarme, por cuidar mi integridad, por validar mis sentimientos,
por acompañarme cada instante.
Háblame, Jesús. Te
escucho.
Amén
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Amor y gracia
Sandy