¡Qué linda la mujer que se viste con la misma gracia que concede a los demás!
Para mi ser extenuado:
A veces soy muy dura conmigo misma. Sacrifico mi esencia en el altar de mis
propias expectativas, exigiéndome más, mucho más de lo que puedo sostener.
¿A quién trato de impresionar? ¿Con quién pretendo quedar bien?
Cuelo una taza de café e invito estas dos preguntas a una charla honesta. Respiro. Doy la bienvenida al silencio y, un nudo en la garganta me indica que toqué fondo, emocionalmente agotada, con un bullicio interno renuente al orden y a la calma.
Dulces lágrimas de desahogo alivian mi carga interna. No me
disculpo ni me siento de otro planeta por permitirme llorar libremente, al
contrario, me felicito por hacerlo. Realmente lo necesito.
Con voz temblorosa y entrecortada me pido disculpas por poner mis
necesidades en último plano, por confundir la fortaleza con aguantar hasta
poner en riesgo mi salud, por no nutrirme con la misma empatía y compasión que
comparto con los demás.
Para poder amar desde la belleza de
mi esencia, primero debo elegir amarme, sí, amarme, sin sentirme culpable ni egoísta. Escucharme sin juicios, validar mis emociones, honrar el descanso,
educar mi voz interior para que sea mi mejor aliada, ignorar esas opiniones
externas que drenan mi paz y abortan mis sueños.
Me regalo un abrazo, sonrío, agradezco a Dios por su amor sin condiciones.
Respiro consciente y despacito. Acepto la invitación de amarme, para asi poder
amar a los demás como a mí misma.
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Amor y gracia
Sandy