Regálate la misma empatía que concedes a los demás.
Hoy necesito pensar en mí.
Tengo paciencia conmigo. Abrazo el momento presente y las circunstancias
que me rodean. Descanso en el amor de Dios y en su mano soberana que siempre me
lleva a puerto seguro.
Acepto la invitación del silencio, escucho detenidamente el lenguaje de mis
emociones. Lloro si siento hacerlo, no me excuso por mi vulnerabilidad ni me
escondo detrás de la fragilidad de pretender una fortaleza inexistente.
Admito que estoy cansada, que mis heridas duelen, que mi fe se tambalea,
que necesito un abrazo de mi creador. Intercambio el bullicio en mi interior
por sus palabras de paz y afirmación.
Hoy necesito pensar en mí.
Pongo en pausa las opiniones de los demás —sus expectativas, sus consejos
buenos o malos, y hasta sus buenas intenciones. Mi alma solloza; necesito escuchar
su voz, regresarla a su lugar de refugio y plenitud.
Revalúo aquello que nubla mi
estabilidad emocional. A través del regalo de la oración suelto todo lo que
está fuera de mi control. Doy un paso de fe, miro a Jesús, me regala su mejor
sonrisa.
Hoy necesito pensar en mí.
Disfruto una taza de café en el aquí y ahora. Presto atención a la riqueza del presente sin juzgarme por tomar tiempo para descansar.
¡Me lo merezco! ¡Claro que me lo merezco!
Mis cargas se sienten menos pesadas —mi fe baila al ritmo de la perspectiva divina, puedo ver más allá de mis limitaciones mentales—.
Me rindo al amor de Dios. Puedo sanar.
Recibo el amor de Dios. Puedo crecer.
Camino en el amor de Dios. Puedo florecer.
Su amor renueva mis fuerzas. Me siento plena, segura y reposada.
_____________
Amor y gracia,
Sandy