Existe una complicidad especial entre el silencio y una taza de café caliente entre las manos.
El día fluye diferente cuando degusto mi primera taza de café en compañía
de Dios. En silencio, disfrutando la tranquilidad de la mañana, sin apuro ni
agenda. Consciente de su presencia, segura en su amor.
Todo puede esperar, nada es más importante que este preciso instante. No
necesito articular palabra alguna, tener mi vida en alineación perfecta ni ocuparme
con algo. Aquí soy, no hago. El ritmo de mi respiración marca la coreografía; sostengo
mi taza de café, saboreo cada sorbito, disfruto el momento presente.
Desde la gratitud y la calma recorro con mis sentidos el espacio que me rodea.
Observo detenidamente la suave danza de la copa de los árboles. Bailan con
libertad —en serenidad y armonía —. Me invitan a
fluir, a soltar, a confiar.
Despierto mis oídos a los sonidos propios de mi entorno. Escucho el canto
de los pájaros madrugadores, ¡qué lindo celebran el nuevo día! ¿Qué tratan de
comunicar con tanta insistencia y algarabía?, ¿las bendiciones hoy?, ¿el poder
infalible de la fe?, ¿mi capacidad de elegir mi mejor actitud frente a los desafíos?
Lo asumo como cierto. Recibo su comunicado como susurro de gracia que me
acompaña en cada paso del camino.
Saboreo mi último sorbito de café, abrazo la esperanza, y transito este día
con confianza y gratitud.
Amor y Gracia.
Sandy