No son las palabras perfectas, sino la sencillez de un corazón honesto lo que transforma mis palabras en oración.
Instantes de gratitud…
Jesús, gracias por el regalo de tu compañía, por
escuchar con compasión mis silencios, por bordar mis heridas con hilo de
gracia.
Eres paciente conmigo. Tu dulce mirada desarma mis
argumentos, aligera mi carga interna, me viste de paz. Este dulce momento es
bálsamo a mi mente, quietud a mis emociones. La armonía de tu amor sopla
sanidad, calma y consuelo.
Conoces todo sobre mí, sin embargo, no me juzgas ni me
avergüenzas, al contrario, con susurros firmes y tiernos me vistes de dignidad
—me enseñas a amarme a mí misma, a valorar las cualidades que adornan mi
personalidad y aprender a no disculparme por ellas. Gracias por cultivar en mí
el autocuidado y el autorrespeto.
Me invitas a
descansar en la riqueza de tu compañía, a intercambiar mis limitaciones por tu
sobreabundancia; mi imposibilidad por tus riquezas; mis temores por tu amor y
fidelidad.
Vistes mi corazón de felicidad. Un dulce sabor a plenitud
se cuela en los rincones imperfectos de mi vida, recordándome que, el bien y la
misericordia siempre me acompañan en el camino.
Jesús, gracia por amarme, por cuidar mi integridad,
por validar mis sentimientos.
Háblame, Jesús. Te escucho.
Amén
Amor y gracias.
Sandy