¡Qué la fe en lo bueno y maravilloso que Dios nos ha prometido sea más fuerte que esos pensamientos que luchan arduamente por desterrarla!
Hay días que nuestras emociones amanecen patas arriba…
Como siempre, la mala costumbre de llegar sin avisar. Interrumpen
mi fragilidad, invitándome a dar un paseo en la montaña rusa de sentimientos encontrados.
Por momentos me hacen sentir
que soy capaz de bailar con las estrellas, luego me tiran al abismo, siento que
como polvo. Me angustio.
Se me aprieta la barriga, me falta el aire, mi mente
vaga en el peor escenario. Me
confundo, siento miedo, me oprime un cansancio que drena con rapidez mi fuerza
interna, lloro, y justo cuando creo tocar fondo, un dulce susurro enciende la
lamparita de mi alma recordándome que no soy esclava de mis emociones, que un
pensamiento sana otro pensamiento. Respiro
Abrazo mi
vulnerabilidad. No estoy sola, Jesús está conmigo. Su amor refresca los rincones
de mi exhausto corazón con verdades que había olvidado. Anclo mis pensamientos
de manera intencional en el instante presente, en las bendiciones que me sostienen,
en las cosas lindas que me rodean. Dos lágrimas de libertad ruedan suavemente
sobre mis mejillas. Me siento mejor.
Jesús me invita
a descansar en la seguridad de que todo está en sus manos, incluyendo “eso” que
me roba el sueño. Una sonrisa cuarto menguante se
pinta en mis labios, bailo de manera imperfecta sobre las olas de la adversidad,
y me digo con voz temblorosa, pero firme: Estas aguas pasarán.
“Cuando mi mente se llenó de dudas, tu consuelo renovó mi esperanza y mi alegría”.– Salmo 94:19 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy