Orar es ser escuchada, entendida y amada.
Un nuevo día me
saluda, nuevas bendiciones salen a mi encuentro.
Aún con mis
sentidos en pijama, abro mi corazón con gran expectativa y gratitud a las
dulces sorpresas que has reservado para mí.
Me siento en el
lugar de siempre; abrazo con mis dedos mi tacita de café; un bostezo se me
escapa, dándole la bienvenida al primer sorbito de la mañana… simplemente
delicioso.
Gracias, Jesús,
por tu compañía. Gracias por la tranquilidad del momento, por el regalo del
silencio.
No he articulado
ni una sola palabra, sin embargo, mi corazón es un libro abierto ante ti.
Conoces mis anhelos, mis luchas, mis sueños, mis miedos. Siempre buscas la
manera de calmar mi ansiedad y las dudas que me interrogan sin compasión. Me premias
con tu susurro de gracia y afirmación, recordándome lo mucho que me amas.
No tengo la
urgencia de presentarte mis peticiones. Prefiero disfrutar y perderme en la paz
que se respira en tu presencia. Me mimas como si fuera niña chiquita.
Francamente, se siente muy bien —mi carga se aligera, mi fe gana terreno en los
lugares confusos en mi interior. Eres tan bueno conmigo.
Entre sorbito y
sorbito, abrazo el momento presente, defiendo mi paz de las distracciones parlanchinas.
Saboreo la dulzura de tus promesas e intercambio mis dudas por tu alegría y
misericordia. Me haces sentir tranquila, sin apuro ni estrés.
Gracias, Jesús,
por tus hermosos detalles —por la flor que acaba de florecer en la jardinera, el
amor que siento por mi gato, los sonidos cotidianos de mi vecindario y, por
supuesto, mi cafecito de la mañana.
“El SEÑOR te da
gozo, disfrútalo, y él te dará lo que más deseas”. – Salmo 37:4 (PDT)
Amor y Gracia
Sandy