Y me dije a mí misma con un poco de rabia y la voz entrecortada: no te olvides de ti.
Conversando conmigo misma desde el amor y la honestidad…
No es egoísta
escuchar con amor el diálogo de mis emociones, validar mis sentimientos y
expresar con claridad cómo me siento; no para demandar empatía en otros, sino
para encontrar lucidez en mi interior. Me hace bien.
Puedo cambiar de
opinión, puedo cuestionar patrones de creencias que me han acompañado desde
pequeña y que ya no encajan conmigo. Puedo construir mi vida desde el amor y la
abundancia en Dios, no desde el miedo y la escasez. Sí, puedo comprarme esa
cartera y ese par de zapatos que tanto me gustan, sin sentir culpabilidad por
ello. Consentirme no es pecado, es amor propio.
Soy libre de decir
“no” sin dar tantas explicaciones. No es tarea fácil, sin embargo, ese paso de
valentía me ahorra muchos dolores de cabeza. Cuando digo “no” a algo que no
añade valor a vida, le digo “si” a todo lo demás que hace sonreír mi alma.
Mis alas emprenden
su vuelo cuando quiebro el molde de las imposiciones sociales, familiares y
personales y conecto con mi ser auténtico —ese que encuentra felicidad en la belleza
de lo cotidiano y que jamás pierde la esperanza de ver la realización de sus sueños,
de crecer, de mejorar cada día.
Vivo lejos de
pretensiones y comparaciones estériles que roban mi paz y creatividad. Sí, soy consciente
de mis debilidades, pero también soy consciente de mis fortalezas y los rasgos positivos
que adornan mi personalidad. Soy humana, imperfectamente perfecta.
Me amo, me hablo con cariño, me trato con respeto y pienso bien de mí —no desde el egocentrismo, sino desde la gratitud, por el amor incondicional de Dios y la gracia con la que me abraza cada día.
Recibo esta verdad y la cultivo en el jardín de mi corazón.
“Está vestida de
fortaleza y dignidad, y se ríe sin temor al futuro”.
– Proverbios 31:25 (NTV)
Amor y gracia
Sandy