Jesús quiere que creas, vivas y celebres la sublime opinión que él tiene de ti.
Dios te sonríe,
nunca dudes de ello.
Te invito a
pintar en el lienzo de tu imaginación la siguiente escena: Jesús sale a tu
encuentro con una sonrisa luna nueva; la dulzura y el amor que irradia su
mirada aligera tu corazón, refresca tu alma. Un coro de agradables emociones
danza en tu interior; el tiempo se detiene, la calma te abraza.
Jesús extiende
sus brazos con un hermoso regalo, te dice con ternura: “Mira lo que tengo para
ti, mi gracia, mi favor inmerecido. No hay nada que puedas hacer en tus propias
fuerzas para ganarla o merecerla, es un regalo. Lo único que tienes que hacer
es recibirla con gratitud y humildad. Tómala, es tuya.”.
¿Qué haces?
¿Aceptas con la sencillez de un corazón agradecido o la invalidas recordándole
tus faltas y desaciertos?
La verdad es que creo que, nos cuesta tanto ser receptivas al regalo de Dios porque es tan bueno que confronta nuestro razonamiento humano, y en el momento que intentamos abrir nuestro corazón a la dimensión de sus posibilidades, nos invade un diluvio de sentimientos que automáticamente nos ofrece el “razonamiento adecuado” para no recibir su favor… siento que no lo merezco… siento que esa promesa no aplica a mi situación… demasiado bueno para ser verdad… ¿y si me atrevo a creer y caigo en vergüenza? …
El mismo Jesús
que dibujó la integridad de su amor a través de la historia de Las Cien
Ovejas, hoy sale a tu encuentro para llevarte segura en sus brazos y
recordarte que, no importa que tan alejada te sientas de él, su gracia siempre
será suficiente.
La gracia de
Dios, su favor inmerecido, se recibe a través de la fe, una decisión
intencional que debemos tomar diariamente —refugiarnos en ella, crecer en ella,
descansar en ella—.
Existe un cansancio en nuestro interior que
solo se disipa con la aceptación de su gracia. Mientras la perfección hace alarde de sus
logros y autosuficiencia, la gracia florece a través de la experiencia del
fracaso, de nuestra imposibilidad de ayudarnos a nosotras mismas, de nuestra
total dependencia en Dios.
Tranquila, él no
te va a tratar como otros lo han hecho. Jesús trata nuestras heridas con
respeto y dignidad. ¡Déjate querer! Su gracia es suficiente.
“y como es
mediante la bondad de Dios, entonces no es por medio de buenas acciones. Pues,
en ese caso, la gracia de Dios no sería lo que realmente es: gratuita e
inmerecida”. – Romanos 11:6 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy