No son las palabras perfectas, sino la sencillez de un corazón honesto.
Para aliviar
esos rinconcitos que aún siguen doliendo…
Jesús, gracias
por el regalo de tu presencia, por escuchar con compasión mis silencios, por
bordar mis heridas con hilo de gracia.
Eres paciente,
tu dulce mirada desarma mis argumentos, aligeras mi carga, me abrigas con tu
paz. Este dulce momento es bálsamo a mi mente, quietud a mis emociones; la
armonía de tu amor trae sanidad, inspiración y consuelo.
Conoces todo sobre
mí, sin embargo, no me juzgas ni me avergüenzas, al contrario, con susurros
firmes y tiernos me vistes de dignidad —me enseñas a amarme a mí misma, a
valorar las cualidades que adornan mi personalidad, y aprender a no disculparme
por ellas… gracias por cultivar en mí el autocuidado y el autorrespeto.
Tu sonrisa
extermina mis miedos e inquietudes. Me invitas a descansar en la riqueza de tu
compañía, a intercambiar mis limitaciones por tu sobreabundancia, mi
imposibilidad por tus riquezas.
Rebosas mi alma
de felicidad, transformas mi perspectiva pintando el lienzo de mi imaginación
con el pincel de tu gracia y las acuarelas de tus promesas. Me recuerdas que, el
bien y la misericordia siempre me acompañan en el camino.
Jesús, gracias por amarme, por cuidar mi integridad, por validar mis sentimientos.
Amén
“Me llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre mí fue amor”.
- Cantares 2:4
Amor y gracia,
Sandy