viernes, abril 15, 2022

ENTRE CAFÉ CON LECHE Y NUDITOS EN LA GARGANTA


 Tu gracia espanta mis miedos.

 

Emmanuel, Dios conmigo.

Y el Niño del pesebre creció, caminó mis calles, encontró mi casa, tocó a mi puerta. Lo recibí con mucha alegría y, por supuesto, lo invité a tomar café. Su sonrisa y su mirada fueron más elocuentes que muchas palabras.

Hablamos de muchas cosas, bueno, honestamente, hablé sin parar, él simplemente me escuchó paciente —me hizo sentir amada, segura y entendida.

Por momentos, asentía con la cabeza mientras yo trataba de explicarle mi disonancia interna. Siempre amoroso y atento, nunca me hizo sentir inadecuada o culpable por desahogarme sin filtros, al contrario, me motivaba a hacerlo. Verás, no sé cómo explicarlo, pero poco a poco esa ansiedad que me apretaba el pecho fue absorbida por la paz que circula alrededor de su persona… simplemente sereno y deslumbrante.

Platiqué sobre esos pensamientos que aterrizan en piloto automático, y despiertan sentimientos y emociones que me drenan; fui muy específica, los llamé por nombre y apellido —desde que no me siento calificada para luchar por mis sueños, hasta la mala costumbre de autocriticarme sin compasión, lo dije todo.

Jesús me regaló una sonrisa con su mirada. Aprovechó el paréntesis de silenció, alcanzó un kleenex, me dio un beso en la frente y secó mis lágrimas al compás de estas tres declaraciones:

Siempre estoy contigo. Nunca estás sola.

Te amo. Siempre tenlo presente.

Mi gracia es suficiente. No lo olvides.

Fue especial.

“Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido” 

– 1 Corintios 2:12 (NVI)

Amor y Gracia,

Sandy