No temas compartir tu desorden con Jesús, él es experto en hacer obras de arte con nuestros garabatos.
Ella entendió
que no existe una varita mágica para hacer desaparecer las heridas del camino,
aunque le costó tiempo llegar a tal realización.
Por momentos,
pensó que estaba destinada a vivir con su deshonrosa carga interna—esas que
nadie comprende, nadie nota, nadie medica.
Sin embargo, en
el epicentro de su oscuridad se coló un dulce rayito de esperanza, un suave
susurro, invitándola a descansar en una verdad superior que las que rodeaban su
vida, y ella se atrevió a creer.
Un paso de fe
que desató la furia de sus razonamientos y dudas, pero a medida que se enfocaba
en la esperanza y en la acogedora melodía de amor que acariciaba su alma, sin
reprimir la realidad de su vulnerabilidad, descubrió que cada pisada alumbraba
su camino.
La
transformación ha sido lenta y continúa siéndolo, pero ese detalle parece importarle
poco. Se enamoró del proceso, se enamoró del camino. Hizo amistad con la
paciencia, encontró descanso en los brazos de Jesús.
Y, es que detrás de la belleza de una mujer que ha sabido
llevar con dignidad sus cicatrices, existen eventos que quisieron aplastarla,
pero, sobre todo, una historia de gracia que transformó en belleza sus cenizas.
“Me llevó a la sala del banquete, y sobre mí enarboló
su bandera de amor”.
— Cantares 2:4 (NVI)
Amor y gracia,
Sandy