Sal de paseo con el silencio, su elocuencia tiene mucho que enseñarte.
Desde niñas nos enseñan a ser buenas con los demás,
pero rara vez nos enseñan a ser buenas con nosotras mismas. A tratarnos de la
misma manera que tratamos a nuestra mejor amiga —con cariño, paciencia y
respeto.
Nos enseñan a perdonar, pero no a recibir perdón.
A ser serviciales, pero no a establecer límites.
A ser fuertes, pero no a ver nuestra vulnerabilidad
y sensibilidad como una forma genuina de fortaleza.
Nos hablan de la humildad como si se tratara de
minimizarnos y ser alfombra de los demás.
Nos dicen una y otra vez que es mejor dar que recibir,
y aunque estoy de acuerdo con la satisfacción y riqueza espiritual que esto
representa, no es menos cierto que cuando se trata de nuestra estabilidad
mental y emocional, debemos ser muy cuidadosas de no quedarnos vacías en el
afán de tratar de ser todo para todos.
Una agenda constantemente ocupada, una mente agotada
y unas emociones despeinadas, nos indican que debemos bajar la velocidad,
reestructurar nuestras prioridades y ser buenas con nosotras mismas.
Es de sabios respetar el agotamiento físico.
Es permitido no estar disponible todo el tiempo.
Es saludable gestionar tiempo en nuestra agenda para
tomarnos un café o un té a solas con Jesús —el lugar perfecto donde florece el
descanso, la tranquilidad y la confianza—, lejos del bullicio y las demandas
sociales.
¿De qué vale tanta productividad si terminamos con más
agotamiento que satisfacción?
¿De qué sirven los aplausos y halagos si
emocionalmente estamos sedientas?
Yo creo que Jesús nos quiere menos ocupadas y más
felices.
Conscientes de su aprobación.
Reposadas en su amor.
Seguras en su gracia.
En verdes prados me deja descansar; me conduce junto
a arroyos tranquilos. Él renueva mis fuerzas. – Salmo 23: 2-3 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy