Jesús me invita a descansar en la verdad de que todo está en sus manos, incluyendo “eso” que me roba el sueño.
Para esos días
que nuestras emociones están patas arriba…
Como siempre, la mala costumbre de llegar sin avisar.
Interrumpes mi fragilidad, obligándome a
dar un paseo en la montaña rusa del parque de la vida.
Por momentos me haces sentir que soy capaz de bailar con las estrellas,
luego me tiras al
abismo y disfrutas verme comer polvo.
Me sonríes,
me maltratas,
me consuelas,
me confundes,
me despiertas.
Un rayito
agridulce enciende los rincones ansiosos de mi agotado corazón.
Un soplito de
esperanza susurra verdades que había olvidado.
Respiro.
Abrazo mi
vulnerabilidad.
Dos lágrimas de
libertad ruedan en cámara lenta sobre mis mejillas.
Hago las paces
con mi realidad.
Recuerdo que no estoy sola.
Jesús está conmigo.
Él pelea mis
batallas.
Mi victoria
descansa en su soberanía.
Una sonrisa
cuarto menguante se pinta en mis labios.
Bailo de manera
imperfecta sobre las olas de la adversidad,
y me digo con
voz temblorosa: Estas aguas pasarán.
“Mi alma tiene
sed de ti; todo mi cuerpo te anhela en esta tierra reseca y agotada donde no
hay agua. Te he visto en tu santuario y he contemplado tu poder y tu gloria. Tu amor inagotable es mejor que la vida misma…”
– Salmo 63: 1-3 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy