“No hay nada que Dios ame más que, cumplir promesas, contestar oraciones, realizar milagros y hacer sueños realidad”. – Mark Batterson
Cuando te sientes estancada en la vida.
Cuando sientes que nadie aprecia lo que haces.
Cuando eres todo para los que te rodean, pero no
parece ser recíproco.
Corre a sus brazos, cuéntale tus dilemas. Llora si es
necesario y no te disculpes por ello.
Cuando las preocupaciones de mañana te roban la
alegría de hoy.
Cuando tus sueños parecen haber perdido la brújula y
comienzas a dudar de su validez.
Cuando tus pensamientos parecen mercado y tus
emociones se niegan a cooperar.
Quédate quieta. Suelta todo a sus pies. Descansa tu
mente en la seguridad de su abrazo.
Escucha los latidos de su corazón; no hacen falta
palabras. El poder sanador de su compañía espanta tus miedos, restaura los
callejones dolorosos en tu interior.
Cuando la desesperanza te arropa y se te hace un nudo
en la garganta.
Cuando las dudas llueven sobre tu cabeza y parece que
Dios te ha olvidado.
Cuando la confianza te abandona y la imposibilidad se
ríe en tu cara.
Cierra tus ojos físicos, abre los de tu interior. Viste
tu perspectiva con sus promesas, calza tu mente con su verdad.
No estás sola.
Nunca lo has estado. Jesús está contigo.
¿Lo ves? Te regala su mejor sonrisa, seca con sus
manos las lágrimas que cubren tus mejillas. Te mira fijamente, y te dice:
“No temas. Yo estoy aquí contigo. Yo te ayudo”.
Amiga, la plenitud de la vida no se encuentra en una
vida carente de luchas y lágrimas, sino en la valentía del corazón que se atreve
a refugiarse en el abrazo de Jesús cuando su mundo está de cabeza.,
Mis sentimientos
no tienen la última palabra. La última palabra en mi vida y en mi situación la tiene
Dios.
“Clamé: «¡Me
resbalo!», pero tu amor inagotable, oh Señor, me sostuvo. Cuando
mi mente se llenó de dudas, tu consuelo renovó mi esperanza y
mi alegría”.
– Salmo 94: 18-19 (NTV)
Amor y Gracia,
Sandy