viernes, mayo 14, 2021

RECEPTORA DE MILAGROS

 


“A veces la fe parece una negación de la realidad, pero eso es porque nos aferramos a una realidad más real que la que podemos percibir con nuestros cinco sentidos”.

– Mark Batterson

 

 

Me atreví a creerle.

No sé cómo explicarlo, ya que me encontraba al final de un callejón sin salida —al borde de enganchar la toalla, ahogada en mi miseria, sumergida en mi desesperación.

Por más de una década llevé la carga de mi vergonzosa enfermedad, gasté todo lo que tenía tratando de buscar sanidad, pero todo fue inútil. Socialmente, impura; físicamente, débil, y emocionalmente, aburrida, desgastada y frustrada.

Pero, me atreví a creerle

Había escuchado hablar de él, que solo con su presencia, su toque o la autoridad en sus palabras, libertaba al oprimido, sanaba al enfermo e infundía sentido y plenitud. Se llama Jesús, el Hijo de Dios.

Mi espíritu sintió un frescor, un rayito de esperanza que elocuentemente me animaba a nadar en vía contraria a mis razonamientos y a la estructura social del momento.

Abracé la posibilidad de un nuevo comienzo libre de dolor, libre de vergüenza y aislamiento.

Confieso que mis pasos de fe fueron temblorosos, pero firmes. La fuerza de mi esperanza me impidió darme por vencida.

Ahora entiendo que en medio de mi dilema mi sanidad estaba premeditada en su soberanía e infinito amor.

Así que me atreví a creerle

Me dije a mi misma una y otra vez: Si logro siquiera tocar el borde de su manto, quedaré sana. 

Renové mi mente en la dirección de esta gran verdad. Me negué a ser una espectadora más. Me propuse creerle a Jesús y ser protagonista de su toque milagroso.

Frágil, un poco asustada, pero decidida a tomar posesión de aquello que era nublado a mis ojos naturales, pero visible en mi espíritu.

 Me escurrí entre la gran multitud que lo apretujaba… lo vi de espalda. A medida que trataba de acercarme a él una fuerza mayor parecía abrirme paso entre la multitud… sí, toqué su ropa ¡al instante quedé libre de mi aflicción!

¡Valió la pena creerle a Jesús!

Su tierna mirada y palabras de aprobación alimentaron mi alma, le dieron sentido a mis pasos y alegría a mi corazón:

“Hija, tu fe te ha sanado. Ve en paz. Se acabó tu sufrimiento”.

Amiga, la historia de esta valiente mujer, mejor conocida en la Biblia como la Mujer del Flujo de Sangre, es una invitación abierta para que tú y yo seamos protagonistas de los grandiosos milagros que Dios tiene para nosotras debajo de su manga soberana.

¡Atrévete a creerle!

 “Clamaron a ti, y los salvaste; confiaron en ti y nunca fueron avergonzados”.

– Salmo 22:5 (NTV)

Amor y gracia,

Sandy