Correr a los brazos de Jesús debe ser nuestra respuesta inmediata, aunque lleguemos hechas pedazos.
¿Por qué se nos
hace tan difícil confiarle los rinconcitos dolorosos de nuestro corazón a
Jesús?
¿Será que
dudamos de la fidelidad de su amor?
Muchas veces, se
nos hace más fácil decir “Jesús nos ama”, que decir “Jesús me ama a mí”.
¿Por qué nos
cuesta tanto abrazar nuestra identidad en Dios?
Me parece
importante recordar, cuantas veces sea necesario, que no necesitamos el permiso
de nuestros pensamientos, ni de nuestras emociones para saltar con libertad a
los brazos de Jesús.
Justo en medio de
nuestro desgaste emocional, la carga asfixiante de nuestros razonamientos y el
vaivén de nuestros sentimientos, podemos dar un pasito de fe y recibir con
gratitud y humildad:
Su amor
incondicional,
Su gracia
inmerecida,
Su perdón
absoluto,
Sus promesas
soberanas,
Su presencia
permanente.
Un pasito de fe
hoy, otro pasito de fe mañana… soltando un poquito hoy, soltando otro poquito
mañana. Sin desesperarnos, cooperando con el proceso, disfrutando la provisión
diaria de Jesús.
Jesús te ama. Él
es más grande que la situación que intenta robarte la paz.
Si prestas
atención, entenderás que no estás sola. Nunca lo has estado.
Jesús está
contigo —cercano, paciente, amoroso—.
¿Te atreves a
refugiarte en la seguridad de su abrazo?
“Así que
acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí
recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando
más la necesitemos”. – Hebreos 4:16 (NTV)
Amor y Gracia,
Sandy