A veces tenemos más fe en lo malo que puede suceder, que en lo bueno y maravilloso que Dios nos ha prometido.
La fe no es una negación de la realidad, sino la
confirmación de que Dios tiene la última palabra.
Es aceptar la invitación soberana de volver a reír,
soñar y construir sobre una verdad superior a mis experiencias, circunstancias
y rinconcitos dolorosos en mi interior.
Es desplomarme a sus pies con más preguntas que
respuestas, y encontrar la aprobación que siempre había anhelado y el regalo de
una sonrisa como ninguna otra.
Y, aunque mis miedos e inseguridades intenten
intimidarme con sus megáfonos escandalosos, el suave susurro de su voz me viste
de gracia y esperanza.
Su sonrisa me invita a soltar,
Su sonrisa me invita a descansar,
Su sonrisa me invita a caminar en la veracidad de
sus promesas, aunque mis sentidos naveguen en vía contraria a mi fe.
Y, en ese dilema, donde mis miedos hablan más fuerte
y mi fe camina con fragilidad, puedo descansar en la seguridad de que Dios me
ama y que Él siempre tiene la última palabra.
Amén
“En medio de mis angustias y grandes preocupaciones, tú me diste consuelo y alegría”.
– Salmo 94:19 (TLA)
Amor y gracia,
Sandy