Hablar con Dios es un privilegio, no una obligación.
Un nuevo día me
saluda. Nuevas bendiciones salen a mi encuentro.
Aún con mis
sentidos en pijama, abro mi corazón con gran expectativa y gratitud a las dulces
sorpresas que has reservado para mí.
Me siento en el
lugar de siempre; abrazo con mis dedos mi tacita de café; un bostezo se me
escapa, dándole la bienvenida al primer sorbito de la mañana.
Gracias Jesús
por tu compañía, por la tranquilidad del momento, por el don del silencio.
No he articulado
ni una sola palabra, sin embargo, mi corazón es un libro abierto ante ti.
Conoces mis anhelos, mis luchas, mis sueños, mis miedos. Siempre buscas la
manera de calmar mis ansiedades y premiarme con tu susurro de gracia y
afirmación.
No tengo la
urgencia de presentarte mis peticiones. Prefiero disfrutar y perderme en la plenitud
de tu presencia. Me añoñas como si fuera una niña chiquita. Francamente se
siente bien.
Gracias Jesús. Eres
tan bueno conmigo.
Entre sorbito y
sorbito descanso en tu reposo. Aprecio la riqueza del momento; defiendo cada
segundo en tu compañía de las distracciones que intentan asaltar mi atención. Nada
se iguala a ti.
Jesús, eres mi
lugar secreto, mi refugio seguro, la fuente y la esencia de mi existir.
No me cambio por nada ni por nadie. Estoy en el lugar correcto de la historia—cerquita de Jesús, segura en sus brazos, disfrutando mi cafecito de la mañana.
Gracias Jesús
por tus hermosos detalles.
“Me llevó a la
sala del banquete, y sobre mí enarboló su bandera de amor”
– Cantares 2:4 (NVI)
Amor y Gracia
Sandy