…Y cuando creo no merecerlo, tu amor sale a mi encuentro, abrazándome con gracia, mimándome con palabras de afirmación.
¡Jesús te ama
muchísimo más de lo que tu mente humana puede procesar!
Muchas veces,
hasta por instinto tratamos de encajar a Dios en nuestra humanidad. Asumimos que
su amor hacia nosotras está condicionado a nuestra buena conducta —si me porto
bien, me amas; si me porto mal, te enojas conmigo y me das la espalda —.
¡Nada puede
estar más lejos de la realidad!
Dios te ama de
manera individual y personal. Con tus defectos y virtudes, con tus errores, con
tus temores, con tus debilidades, con tus razonamientos.
No hay nada en
la historia de tu vida ni en tu personalidad que debilite su amor por ti.
Lo dejó muy
claro en la Parábola de las Cien Ovejas —deja las noventa y nueve para buscarte
y traerte segura en sus brazos.
Fue preciso en
la historia del Hijo Pródigo —corre a tu encuentro, te abraza con misericordia,
te viste de justicia, y para celebrar, prepara una fiesta en tu honor.
¡Así de valiosa
y especial eres para Dios!
En sus manos de amor nuestras heridas son cocidas con hilo de gracia.
La gracia —favor
gratuito e inmerecido de Dios— rompe con todos los protocolos sociales y nos
sorprende en el pozo de nuestra miseria con palabras de perdón, sanidad,
restauración y nuevos comienzos.
Amiga, la gracia
no es para ser razonada. La gracia es para ser recibida.
No temas
refugiarte en Jesús. En su humanidad se identifica con cada una de tus piezas
quebradas; en su divinidad intercambia tus cenizas por su belleza.
¿Estás dispuesta
a ofrendarle los rincones dolorosos de tu corazón a Jesús?
“Me llevó a la sala del banquete, y sobre mí enarboló su bandera de amor”.
– Cantares 2:4 (NVI)
Amor y gracia,
Sandy