El descanso, la tranquilidad y la confianza se aprenden y perfeccionan en el regazo de Jesús.
Desde niñas nos
enseñan a ser buenas con los demás, pero a veces no nos enseñan a ser buenas con
nosotras mismas.
Nos enseñan a perdonar, pero no a recibir perdón.
A ser serviciales, pero no a establecer límites.
A ser fuertes, pero no a ver nuestra vulnerabilidad y sensibilidad
como una forma genuina de fortaleza.
Nos hablan de la humildad como si se tratara de minimizarnos
y ser alfombra de los demás.
Nos dicen una y otra vez que es mejor dar que recibir; y aunque estoy de acuerdo con la satisfacción y riqueza espiritual que esto representa,
no es menos cierto que cuando se trata de nuestra estabilidad mental y emocional,
debemos aprender a recibir primero.
Una agenda
constantemente ocupada, una mente agotada y unas emociones despeinadas, nos
indican que debemos bajar la velocidad, reestructurar nuestras prioridades y
ser buenas con nosotras mismas.
Es de sabios respetar el agotamiento físico.
Es permitido no estar disponible todo el tiempo.
El lugar
perfecto para nuestro reposo se encuentra en compañía de Jesús.
Jesús nos invita a dialogar sin necesidad de usar palabras rebuscadas, sino con la simpleza y humildad de un corazón sediento, dispuesto a recibir.
¿De qué vale tanta
productividad si terminamos con más agotamiento que satisfacción?
¿De qué sirven
los aplausos y halagos si emocionalmente estamos sedientas?
Yo creo que
Jesús nos quiere menos ocupadas y más felices.
Conscientes de
su aprobación.
Reposadas en su
amor.
Seguras en su
gracia.
“Esto dice el
Señor Soberano, el Santo de Israel: «Ustedes se salvarán solo si regresan a mí y
descansan en mí. En la tranquilidad y en la confianza está su fortaleza; pero
no quisieron saber nada de esto”. – Isaías 30:15 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy