Si pretendiéramos menos y abrazáramos más nuestra imperfección, fuéramos conscientes de la lluvia de gracia que Jesús nos ofrece cada día.
Todos estamos
rotos…
Todos tenemos
capítulos en nuestra historia que preferimos leer en voz baja.
Heridas que han
tardado más de lo esperado en cicatrizar.
Sueños guardados
en un cajón que nunca se hicieron realidad.
Luchas internas
que preferimos cargar en silencio, por temor al rechazo o por lo complicado de
tratar de explicarlo con palabras.
Temores,
fracasos, donde en un mundo de Instagram y Facebook, nuestra percepción
equivocada de la vida de los demás podría hacernos sentir que todos están en su
mejor momento, menos nosotras.
¡Claro! y es que
rara vez se comparten fotos espontáneas, como las del álbum familiar que
guardamos de décadas anteriores, todo por un “like” o “followers”.
Hemos hecho del
perfeccionismo un estándar, aunque internamente nos consumimos en nuestra
incapacidad de lograr sus absurdas exigencias. A veces, nos sentimos
estancadas, otras veces, incapaces, incomprendidas o simplemente solas.
El
perfeccionismo es una fábula. El único perfecto es Dios, y siendo Dios, no nos exige perfección, sino que nos invita a abrazar nuestra vulnerabilidad y
debilidad, porque es precisamente a través de ellas donde su poder se hace fuerte
en nosotras.
Cuando dejamos de pretender, cuando abrazamos nuestro dolor y le entregamos cada pieza quebrada a Jesús, entonces comienza el hermoso proceso llamado sanidad.
Hay heridas tan profundas en nuestro interior, que solo las manos sanadoras de Jesús pueden restaurar como si nunca hubieran existido.
Jesús entiende
la complejidad de la situación, por eso nos tiene mucha paciencia. Camina al
paso que podemos andar.
Trata los
rinconcitos afligidos de nuestra mente y corazón con alto respeto y cuidado.
En medio de una
de las tantas intervenciones divinas que Jesús ha hecho en mí, escuché por primera
vez las letras de la canción “Flor Pálida”, de Marc Anthony. Fue literalmente un
telegrama celestial.
No es una
canción cristiana, pero cuando Dios quiere llamar nuestra atención sus recursos
son ilimitados. Te invito a escucharla y a degustarla como una serenata de amor
y sanidad. (Escúchala Aquí)
Jesús consuela
nuestro corazón quebrantado, nos viste de traje de fiesta, nos corona de
belleza y plenitud.
Porque es
precisamente en nuestros momentos más difíciles donde conocemos a Jesús como
jamás hubiéramos imaginado.
¡Qué tus
cicatrices cuenten la historia de gracia con la que Jesús te coronó!
“El Señor oye a
los suyos cuando claman a él por ayuda; los rescata de todas sus dificultades.
El Señor está cerca de los que tienen quebrantado el corazón; él rescata a los
de espíritu destrozado”. – Salmo 34:17-18 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy