viernes, septiembre 04, 2020

LA BELLEZA DE MIS CENIZAS



Si pretendiéramos menos y abrazáramos más nuestra imperfección, fuéramos conscientes de la lluvia de gracia que Jesús nos ofrece cada día.

 

 

Todos estamos rotos…

Todos tenemos capítulos en nuestra historia que preferimos leer en voz baja.

Heridas que han tardado más de lo esperado en cicatrizar.

Sueños guardados en un cajón que nunca se hicieron realidad.

Luchas internas que preferimos cargar en silencio, por temor al rechazo o por lo complicado de tratar de explicarlo con palabras.

Temores, fracasos, donde en un mundo de Instagram y Facebook, nuestra percepción equivocada de la vida de los demás podría hacernos sentir que todos están en su mejor momento, menos nosotras.

¡Claro! y es que rara vez se comparten fotos espontáneas, como las del álbum familiar que guardamos de décadas anteriores, todo por un “like” o “followers”.

Hemos hecho del perfeccionismo un estándar, aunque internamente nos consumimos en nuestra incapacidad de lograr sus absurdas exigencias. A veces, nos sentimos estancadas, otras veces, incapaces, incomprendidas o simplemente solas.

El perfeccionismo es una fábula. El único perfecto es Dios, y siendo Dios,  no nos exige perfección, sino que nos invita a abrazar nuestra vulnerabilidad y debilidad, porque es precisamente a través de ellas donde su poder se hace fuerte en nosotras.


Cuando dejamos de pretender, cuando abrazamos nuestro dolor y le entregamos cada pieza quebrada a Jesús, entonces comienza el hermoso proceso llamado sanidad.

 

Hay heridas tan profundas en nuestro interior, que solo las manos sanadoras de Jesús pueden restaurar como si nunca hubieran existido.

Jesús entiende la complejidad de la situación, por eso nos tiene mucha paciencia. Camina al paso que podemos andar.

Trata los rinconcitos afligidos de nuestra mente y corazón con alto respeto y cuidado.

En medio de una de las tantas intervenciones divinas que Jesús ha hecho en mí, escuché por primera vez las letras de la canción “Flor Pálida”, de Marc Anthony. Fue literalmente un telegrama celestial.

No es una canción cristiana, pero cuando Dios quiere llamar nuestra atención sus recursos son ilimitados. Te invito a escucharla y a degustarla como una serenata de amor y sanidad.  (Escúchala Aquí)

Jesús consuela nuestro corazón quebrantado, nos viste de traje de fiesta, nos corona de belleza y plenitud.

Porque es precisamente en nuestros momentos más difíciles donde conocemos a Jesús como jamás hubiéramos imaginado.

¡Qué tus cicatrices cuenten la historia de gracia con la que Jesús te coronó!

“El Señor oye a los suyos cuando claman a él por ayuda; los rescata de todas sus dificultades. El Señor está cerca de los que tienen quebrantado el corazón; él rescata a los de espíritu destrozado”. – Salmo 34:17-18 (NTV)

Amor y gracia,

Sandy