La voz de Dios no trae confusión. Nos invita a confiar y a descansar.
Hablar con Jesús pone todo lo demás en la perspectiva correcta.
Qué rico se
siente hablar con una buena amiga, no necesariamente para hablar temas de mayor
seriedad, pero simplemente comentar la actualidad mientras saboreamos un
delicioso café.
Esos momenticos
son mágicos, y yo los extraño con locura. Me imagino que tú también. Todas
estamos en la misma tómbola.
En una ocasión
invité a mi amiga Lila a tomar café. La tenía mareada hablándole de un lugarcito
cerca de mi casa donde preparan un latte para chuparse los dedos. Así que
coordinamos una mañana e hicimos realidad el sueño de toda madre con niños en
etapa escolar.
Comenzamos tímidamente con nuestra primera ronda de café; por ahí por la cuarta taza se me ocurre mirar el reloj. “Omg! La niña salió del colegio hace diez minutos. ¡Estoy tarde!” –Grité entre susto y satisfacción.
Menos mal que estábamos cerca
y pude resolver sin mayor complicación.
El tiempo parece
volar cuando compartimos con gente chévere y querida, ¿cierto?
Si esos momentos
tan agradables son posibles en compañía de una amiga, ¿te imaginas compartidos con Jesús? Emoji con cara de asombro.
La amistad es
una idea de Dios. Él entiende la importancia de poder expresar nuestras
alegrías, nuestros dilemas, nuestras preocupaciones y nuestros silencios.
Pasar tiempo con
Jesús jamás debería ser una actividad de una agenda religiosa, sino una
necesidad de un alma hambrienta y sedienta que solo encuentra su plenitud en la
compañía de su Salvador.
La voz de Dios no condena. Sana, restaura y trae descaso.
Cuando me tomo un café con Jesús me invita a intercambiar la carga de mi abrumado corazón por su paz y reposo.
Puedo
desahogarme sin temor al rechazo. Me sostiene con su comprensión y confronta
con su verdad los pensamientos que atormentan mi mente.
Cuando me tomo
un café con Jesús puedo ver más allá de mis dificultades y obstáculos. Su
soberanía me infunde valentía y determinación.
En la seguridad
de su presencia puedo vencer gigantes. Él allana el camino delante de mí y me
hace bailar al ritmo de sus promesas y aprobación.
Cuando tomo café
con Jesús soy protagonista de su amor y bondad. Su favor inmerecido me cubre y
consiente. Mi esperanza se renueva, mi fe se fortalece.
Mis
imperfecciones son recibidas.
Mis dilemas
comprendidos.
Mis temores confrontados.
Mis heridas
sanadas.
Mi gozo
renovado.
Eso y muchísimas
cosas bellas y extraordinarias suceden, cuando ofrendamos nuestro tiempo a Jesús
y nos tomamos un cafecito en su compañía.
“Clamé: «¡Me
resbalo!», pero tu amor inagotable, oh Señor, me sostuvo. Cuando mi mente se
llenó de dudas, tu consuelo renovó mi esperanza y mi alegría”.
– Salmo 94:18-19
(NTV)
Amor y gracia,
Sandy