“Levántate,
pequeño girasol… incluso en el caos, eres libre de florecer”. -Morgan Harper
Nichols
Jesús no vino a
aplaudir la perfección, sino a amar, levantar y bendecir al caído.
Aunque para ella
era un sábado como cualquier otro, para Jesús era un día muy especial. Un día
de grandes sorpresas y celebración.
Con mucha
dificultad se bañó, se vistió y mirándose al espejo suspiró. Tibias lágrimas
rodaron por sus mejillas, y aunque no dijo una sola palabra, la elocuencia de
su corazón fue escuchada atentamente por su creador. Definitivamente no era un
sábado como cualquier otro.
Sus heridas eran
tan profundas, su dolor tan vergonzoso, sus cadenas tan pesadas, que pensaba
que estaba condenada a caminar encorvada, al fin de cuentas por dieciocho años
esa ha sido su realidad.
Su anhelo de ser
libre la llevó por caminos que agravaron más su condición, abortando cualquier
rayito de esperanza que le permitiera soñar con un nuevo comienzo.
Ya sentada en la
congregación, mirando al suelo, escuchaba las voces de aquellos que de frente
se compadecían de ella, pero a su espalda la condenaban, criticaban y se
burlaban.
Estaba
emocionalmente gastada y espiritualmente a punto de darse por vencida.
Había escuchado
hablar de Jesús, sabía que había algo diferente en Él, pero estaba segura de
que era casi imposible que la tomara cuenta en medio de tantas personas. Decía
en sus adentros: “Cuanto me gustaría ser libre de mi aflicción.”
¿Habrá algo
imposible para Dios? Lo que para muchos era una reunión más en la sinagoga,
para Jesús era una cita divina. Él había orquestado todo para vestirla de
justicia, honra y dignidad.
Contra toda
incredulidad, expectativa y protocolo, Jesús hizo cuatro cosas que dejaron a
sus mayores críticos echando chispas y a esta mujer bailando de alegría.
Jesús la vio,
Jesús la llamó, Jesús le habló, Jesús la tocó.
“Mujer, quedas libre de tu enfermedad.” -Jesús
¡Y en ese mismo
instante la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios!
Cual girasol en
las manos de Jesús se dejó abrazar por el amor de su mirada, y a la luz de su
gracia—Favor inmerecido, gratuito de Dios— encontró su libertad y un nuevo
comienzo.
Porque es
precisamente, querida amiga, en nuestra dependencia, en nuestra rendición, en nuestra
debilidad e incapacidad de hacer las cosas en nuestras propias fuerzas donde su
poder y plenitud se manifiestan y perfeccionan en nosotras.
“El llanto podrá
durar toda la noche, pero con la mañana llega la alegría”.
– Salmo 30:5 (NTV)
Amor y Gracia,
Sandy