El amor de Dios
es tan grande y maravilloso que nos toca desenvolverlo y degustarlo cada día.
Desde antes de
nacer me amaste. Desde el vientre de mi madre me aprobaste. Me hiciste a la
medida perfecta de la vida que diseñaste para mí. Y aunque no siempre estuve
consciente de ello, puedo mirar el camino recorrido y suspirar, al mismo tiempo
que la realización de tu presencia me hace sonreír.
Siempre has estado
conmigo.
Desde antes de
nacer me conociste. Tatuaste tu propósito en mi corazón. Me creí dueña de mi
vida tomando decisiones sin darte participación, no porque no eras importante,
sino porque te creí distante y enojado conmigo. Sin embargo, el bien y la misericordia
que me prometiste, siempre me han acompañado, principalmente, en los pozos ciegos
del camino.
Siempre has estado
conmigo.
Desde antes de
nacer sabias de mis tropiezos y fracasos. Tejiste un manto de gracia con el
hilo de tu amor, y cubriste mi desnudez. Enjugaste cada una de mis lágrimas, me
devolviste la sonrisa y me enseñaste a bailar al ritmo de tus promesas. Abriste
camino en medio de lo imposible y elevaste mi perspectiva.
Siempre has
estado conmigo.
Siendo Dios, preferiste
venir al mundo a través de un árbol familiar imperfecto; elegiste lo débil y
despreciado a los ojos humanos para identificarte con los capítulos de mi vida
que han quebrantado mi corazón.
Jesús conmigo en
mi tristeza.
Jesús conmigo en
mi alegría.
Jesús conmigo en
mis temores.
Jesus conmigo en
mis dudas.
Jesús conmigo en
mi ansiedad.
Jesús conmigo en mi necesidad.
¡Sanando! ¡Restaurando!
¡Restituyendo!
Puedo compartirte mis bendiciones, mis alegrías y los pedazos rotos de mi historia.
En tu presencia
hay abundancia y plenitud para cada una de mis carencias.
No estoy sola.
¡Siempre has
estado conmigo!
“No tengan miedo, ¡yo estoy aquí!” – Jesús (Juan 6:20)
Amor y Gracia,
Sandy