“El desaliento
intentará venir a nuestras mentes para bajar nuestras cabezas, pero Jesús
quiere levantar nuestras cabezas y hacernos radiantes”. – Katherine Ruonala
Nada,
absolutamente nada, sustituye su toque de amor y sanidad.
Las buenas
amigas son un regalo de Dios. Son ese grupo de porristas entusiastas que nos
acompañan en este viaje agridulce que llamamos vida.
La amiga optimista,
que siempre resalta nuestras cualidades positivas y nos regala una perspectiva
fresca de las circunstancias que nos rodean. La amiga que le falta un tornillo, tiene
la magia de hacernos reír a carcajadas con sus ocurrencias cuando nos sentimos
bautizadas en zumo de limón.
La amiga aventurera, que constantemente nos
empuja a salir de nuestra zona de comodidad, confrontar nuestros temores y
probar alimentos con nombres y aspecto sospechosos; y por supuesto, la amiga “coach”,
la que siempre tiene la palabra correcta para cada resfriado del alma.
Pero, aunque
todas son valiosas y especiales, muchas veces nos toca atravesar ciclos donde
pensamos que nadie nos entiende—nos sentimos ignoradas, y hasta podríamos poner
en tela de juicio la fidelidad de la amistad—, hasta que entendemos que hay
desiertos emocionales que solo se superan en el regazo y en el abrazo de
nuestro amado Jesús.
Un corazón confuso que corre a los brazos de Jesús siempre encuentra comprensión y reposo.
Aunque los días
grises no son muy populares, también tienen su encanto. Son una fuente orgánica
de crecimiento y sabiduría.
¡Claro! en el momento no son nada divertidos,
pero a medida que rendimos nuestra insuficiencia, nuestras lágrimas, nuestros
dilemas, con la sencillez de un corazón sin pretensiones, conocemos a un Jesús
que ama, entiende y escucha.
Y es
precisamente en esa entrega donde ganamos la confianza de aplaudirnos a
nosotras mismas, cuando nadie más lo hace, cuando nadie más entiende nuestro
proceso.
Ya que nuestra confianza no está en la fragilidad de nuestras
circunstancias o en la montaña rusa de nuestro estado de ánimo, sino en aquel
que es soberano sobre todas las cosas.
¡Y quién tiene a
Dios lo tiene todo y muchísimo más!
Amiga, si en este mismo instante te sientes así, no te desanimes. No estás sola. Jesús está cerquita de ti. En algún momento todas hemos cargado heridas tan profundas en nuestro interior que solo el toque sanador de
Jesús pudo devolvernos nuestra libertad.
Y la mejor
noticia que puedes escuchar hoy es que ¡él quiere, él puede y él lo hará en tu vida!
Jesús te ama. En sus manos tus heridas y las cargas que hacen lento tu caminar están obligadas a rendise a su toque sanador.
“Pero yo te
restauraré y sanaré tus heridas —afirma el Señor—–”
- Jeremías 30:17
Amor y Gracia,
Sandy