La sanidad
emocional no es un evento de un día, sino pequeños y temblorosos pasitos de fe
de la mano de Jesús.
Existe belleza
en los lugares rotos de nuestro corazón…
Puede que sea
una afirmación difícil de digerir, principalmente, si todavía estamos sanando,
soltando y cerrando capítulos.
No te disculpes
por sentirte como te sientes —por tener la valentía de seguir adelante a pesar
de sentirte intimidada por las luchas que rodean la vida de fe. Por aferrarte a
las promesas de Dios, al mismo tiempo que tu alrededor pareciera derrumbarse. Por
diariamente hacerle la guerra a pensamientos de desánimo y derrota
La oposición que tienes frente a ti es una clara indicación de que vas por el camino correcto.
¿Quién dijo que
la transformación ocurre de manera linear? Sería una maravilla, pero no creo
que sea la realidad. Mi experiencia se asemeja más a un garabato de un niño de
preescolar o a una montaña rusa de peligro extremo. Como dice la escritora e investigadora
del poder de la vulnerabilidad, Brené Brown: “La fe no es una epidural. Es una
partera que está a mi lado diciendo ‘¡Puja!’. Se supone que duela”.
La buena noticia
es que Jesús nunca pretendió perfección para ninguna de nosotras. Decidió
llegar a nosotros a través de un árbol genealógico de personas imperfectas,
para así identificarse con nuestras debilidades, con nuestras frustraciones con
nuestros miedos.
Caminó nuestras
calles, se sentó en nuestra mesa, escuchó nuestros silencios, secó nuestras
lágrimas, sanó nuestras heridas y pagó con su propia vida el precio de nuestra
libertad.
Amiga, puede que
no estés donde quisieras estar; quizá tus heridas han tardado más de lo que
pensaste en cicatrizar, pero de una cosa estoy segura: no estás sola, cada
lágrima es tomada en cuenta, estás en el camino correcto.
Jesús está contigo en cada parte del proceso.
Los rincones dolorosos de tu corazón encuentran sanidad en su toque amoroso.
Y cuando
pensamos que nada está pasando, que estamos estancadas y que Dios se ha
olvidado de nosotras, es cuando más cerca estamos de ver los frutos de cada paso
de fe.
No te
desesperes, es normal que duela. Estás sanando, estás creciendo, estás
avanzando.
“Los que buscan
su ayuda estarán radiantes de alegría; ninguna sombra de vergüenza les
oscurecerá el rostro”. – Salmo 34:5 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy