Cuando recibo a
Jesús en mi debilidad se me hace más fácil participar de su fortaleza.
Todavía con
parte del cerebro en pijama y los ojos tratando de adaptarse a la luz del nuevo
día, degusté cada traguito de café como si fuera el primero. ¡Qué rico! Y
pensar que la felicidad la podemos encontrar en lo simple y cotidiano.
Desde la
comodidad del sofá pasé inventario visual de la sala —los adornos que me
gustan, el juguete del perro debajo del mueble de la tele, la botellita de agua
encima de la mesa que alguien olvidó tirar a la basura, y la famosa orquídea de
la ventana, con hojas moribundas a pesar de mi cuidado y dedicación.
¿Qué le pasará a
esa chica? Seguramente no le sienta bien el ambiente. Mami me dijo que no le
hiciera mucho caso porque a veces se ponen así de ñoñas, pero de todas maneras
compré un masetero nuevo para trasplantarla y ponerla adonde le pegue un poco
más el sol.
Me llama la
atención que, aunque sus hojas están medio feítas, sus raíces no pueden estar
más verdes, robustas y saludables.
Eso me acuerda mucho a los procesos internos de transición que de cuando en cuando nos toca vivir —nuestras circunstancias
patas arriba, pero nuestro corazón seguro en las manos de Dios—.
Es que hay victorias que todos ven y aplauden
y otras que se libran internamente a los pies de Jesús.
Las grandes
transformaciones ocurren de adentro hacia afuera. Cuando decidimos ser
receptivas al amor y a la gracia de Dios en medio de nuestras emociones
despeinadas, eventualidades que aterran y voces ruidosas que luchan por
distraernos de nuestra posición e identidad.
“Habrá largas temporadas en tu vida cristiana que sentirás como si no estuvieras creciendo. Y esos son los momentos en los que más estás creciendo”.
– Steven Furtick
Los procesos de
cambio no necesariamente son los más dulces, es más, son amargos, solitarios y
nada placenteros. Pero después que pasa el ventarrón y vemos el camino
recorrido, el crecimiento adquirido, no nos queda más remedio que darle gracias
a Dios y apreciar cada lágrima derramada.
¡Claro! Eso toma
tiempo. Muy lindo apreciarlo desde los verdes pastos, pero cuando estamos en el
valle de sombra y de muerte, el final no se ve tan claro. La buena noticia es
que Jesús ha prometido estar a nuestro lado en cada parte de camino.
Se vale llorar,
sentirnos vulnerables, admitir que estamos cansadas y que anhelamos que la tormenta
pasé, eso sí, conscientes de los brazos de gracia y fortaleza que nos sostienen. Con nuestra esperanza anclada en aquel que prometió darnos
belleza en lugar de cenizas, una gozosa
bendición en lugar de luto, una festiva alabanza en lugar de desesperación.
¿Amén?
¡Amén!
“Espero en
silencio delante de Dios, porque de él proviene mi victoria. Solo él es mi roca
y mi salvación, mi fortaleza donde jamás seré sacudido”.
– Salmo 62:1-2 (NTV)
Amor y gracia,
Sandy