Dios rompe
libretos y sale de parámetros humanos para recordarnos que Él es Dios —soberano
sobre todas las cosas—. ¡Para Él no hay nada imposible!
¿Cómo visualizas
la victoria?
Lo normal es una
experiencia de aplausos, celebración, lágrimas de felicidad, música, brindis y
la sensación de que estás en la cúspide.
Muchas veces las fotos inspiracionales la representan a través de una mujer vestida de
guerrera, con botas, espada ceñida a la cintura, mirada firme, dispuesta a
llevarse por delante cualquier obstáculo que obstruya su camino.
Y aunque esas
imágenes despiertan nuestra fuerza interna y el anhelo de algún día
encontrarnos en esa posición, lo cierto es, que la verdadera victoria no necesariamente se perfila en ese marco.
Ser valiente no
significa dejar de sentir temor. Ser fuerte no anula la vulnerabilidad de
nuestras emociones, ni la necesidad de llorar hasta que la nariz se nos ponga
como Rodolfo, el reno, y los ojos como semáforos en rojo.
Nuestro corazón
puede estar confiado en Dios, al mismo tiempo que nuestras rodillas tiemblan,
la voz se quebranta y el corazón quiere salir del pecho. La escritora, Holley
Gerth, lo armoniza de la siguiente manera: “Valentía es la fe bailando con la
duda”.
Es posible ser valiente, vulnerable, fuerte y llorona —todo al mismo tiempo.
David derrotó a
Goliat consciente de que Dios era más fuerte que sus limitaciones humanas.
La mujer
encontrada en adulterio fue abrazada por la gracia de Dios en su momento más
bajo.
María Magdalena,
a pesar de su pasado y de los comentarios denigrantes de sus críticos,
experimentó verdadera libertad a los pies de Jesús —con sus ojos llenos de
lágrimas, tirada en el suelo y secando los pies de Jesús con su pelo.
Completamente
vulnerable… completamente amada… completamente victoriosa.
Existen dos tipos de victoria: la que todos ven y aplauden, y la que se logra internamente, en la privacidad de nuestro día a día a los pies de Jesús.
No tiene que
dejar de dolernos para confirmar que Dios está obrando a nuestro favor. Es más,
me atrevo a decir con certeza, que muchas veces duele más el proceso de
recuperación, que la herida misma.
Amiga, cuanto te
sientas en tu momento más bajo y pienses que Dios te ha dado la espalda, calla
las voces en tu interior y presta un poquito de atención, escucharás la suave
voz de Jesús recordándote que Él te ama, que Él está contigo, y que para Él no
hay nada imposible.
Dicho en sus
propias palabras: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la
debilidad”. – 2 Corintios 12:9
¡Hay belleza en
tu fragilidad!
Amor y gracia,
Sandy