Las
imposibilidades humanas no son más que grandes oportunidades para confirmar una
y otra vez que la palabra imposible no existe en el diccionario de Dios.
Hay situaciones
en la vida que nos dejan de rodillas, comiendo polvo —fracasos, malas decisiones, la pérdida de un ser querido, un reporte
médico inesperado, el final de un matrimonio, en fin, sucesos que saben feo,
secuestran nuestra paz y nos encierran en un calabozo, incapaz de soñar con un
nuevo amanecer.
Y aunque en medio de nuestros desiertos nuestra
razón tiende a luchar con palabras de afirmación tales como: “Todo tiene un
propósito”, “No pierdas la fe”, “Tranquila. Dios está en control”, lo cierto
es, que en nuestros peores momentos Dios está más cerquita de nosotras, ofreciéndonos
belleza en lugar de cenizas.
Confiar en Dios es un proceso, no un evento de un día.
– Christine Caine
Hace muchos años
me tocó vivir la desgarradora experiencia de un divorcio. Si pudiera describirte
con palabras el dolor de mi corazón en ese entonces, probablemente te dijera, fulminante
y sin anestesia.
Si me pidieras que
te ilustre la condición de mis emociones a través del proceso, no sé, se me
ocurre pensar en un camión de dieciocho ruedas aplastando un scooter una y otra
vez hasta dejarlo plano como un papel.
Puede sonar
exagerado, pero quien ha vivido experiencias extremas de dolor entiende lo que trato de describir.
No pasó de un
día para otro, tampoco fue un viaje sin espinas. En muchas ocasiones dudé de mi
fe, dudé del amor de Dios, dudé de mi capacidad de salir adelante… ¿Qué te
digo? Era caminar en un mundo a blanco y negro.
Pero fue
precisamente mi incapacidad de ayudarme a mí misma lo que le abrió paso a las ilimitadas
posibilidades de Dios.
Porque te amo, me place vestirte con mis promesas, y ver como en mis fuerzas tu fe se fortalece y aprendes a creer y a recibir de mí. -Atte. Jesús
¿Sabes algo? A
veces Dios me permite visitar mi calabozo, no para recordar mi dolor, sino para
que pueda ver en retrospectiva la grandeza de su gracia en mis puntos ciegos,
cuando pensaba que mis oraciones eran ignoradas.
Amiga, te cuento un poquito de mi historia, no para que creas que soy una mujer súper espiritual, nada puede estar más lejos de la realidad —sólo Dios conoce mis luchas— sino para que sepas que sí Dios lo hizo
conmigo a pesar de mis imperfecciones y debilidades, lo puede hacer contigo
también.
Jesús te ama,
Jesús entiende el lenguaje de tus lágrimas, Jesús conoce los anhelos de tu
corazón, y te recuerda que tu debilidad es la plataforma para que su fortaleza
se manifieste en tu vida.
Jesús no
solamente cambió mi tristeza en gozo, sino que también me dio una nueva
oportunidad y trajo a mi vida a una persona muy especial. Por su gracia, mi esposo y yo cumplimos dieciséis años de casados.
No importa que
tan fuerte griten tus circunstancias y temores, en las manos de Jesús nuestras
heridas más dolorosas son recicladas a nuestro favor. Él promete darnos belleza
en lugar de cenizas.
“¡Yo hago nuevas
todas las cosas!” Y añadió: “Escribe, porque estas palabras son verdaderas y
dignas de confianza”. – Apocalipsis 21:5
Amor y gracia,
Sandy