Amarte a ti
misma comienza en creer, vivir, abrazar y celebrar la opinión que Dios tiene de
ti.
Todavía con parte del cerebro en pijama y los ojos tratando de
adaptarse a la luz del nuevo día, degusté cada traguito de café como si fuera
el primero, ¡qué rico! Y pensar que la felicidad la podemos encontrar en lo
simple y cotidiano, ¿verdad?
Desde la comodidad del sofá pasé inventario visual de la sala —los
adornos que me gustan, el juguete del perro debajo del mueble de la tele, la
botellita de agua encima de mesa que alguien olvidó tirar a la basura, y la
famosa orquídea de la ventana, con hojas moribundas a pesar de mi cuidado y
dedicación.
¿Qué le pasará a esta chica? Una de dos: o no tengo buenas manos para
las plantas, a lo que me opongo de manera rotunda, porque mi jardín está de lo
más chulito, o no le asienta en ambiente —eso
probablemente como que tiene un poco más de sentido.
Mami me dijo que no le hiciera mucho caso, que a veces se ponen así de
ñoñas, pero de todos modos compré un tarro nuevo para trasplantarla y ponerla
adonde pegue más el sol.
¡Ah! ¡Tremenda sorpresa me llevé! Puede que sus hojas hayan estado feítas,
pero sus raíces no podían estar más saludables.
Hay victorias que todos ven y aplauden y otras que se libran internamente, a los pies de Jesús.
¿Sabes algo? Las grandes transformaciones ocurren de adentro hacia
fuera—cuando decidimos ser receptivas al amor de
Dios en medio de nuestras emociones despeinadas, circunstancias que aterran y voces
ruidosas que luchan por distraernos de nuestra posición e identidad en Dios.
Nuestra libertad está en sabernos amadas por Dios, aunque nuestros
sentimientos nos hagan sentir todo lo contrario. En recibir su gracia—favor
gratuito e inmerecido de Dios— en esos capítulos de nuestra historia que nos
hacen sentir vulnerables y avergonzadas.
Amiga, Jesús te ama, Jesús te acepta, Jesús te besa, Jesús te sonríe,
Jesús te carga en sus brazos en la condición en que te encuentras en este mismo
instante —en medio de tus dudas, en medio de tus fracasos, en medio de tus
temores, en medio de tus adicciones, en medio de tus enfermedades, en medio de
tus sueños rotos, en medio de tus carencias…
¡Da un salto de fe y piérdete en la seguridad de su amor por ti!
Jesús no te pide que cambies. Él te pide que le permitas abrazarte en
la condición en que te encuentras. ¡Su amor se encarga del resto!
¡Ay, se me olvidaba! La orquídea de hojas moribundas volvió a
florecer, y entre sorbitos de café escucho el suave susurro de Jesús,
recordándome que las grandes transformaciones comienzan
conmigo, en mí, a través de Su amor.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me
concedió no fue infructuosa. – 1 Corintios 15:9
Amor y Gracia,
Sandy