Jesús tiene una
manera peculiar de reciclar nuestros momentos más amargos y transformarlos en
testimonio de su gracia.
¡Nunca antes me
había sentido tan protegida!
Cuando los
hechos gritaban ¡culpable! Salió a mi encuentro, me tomó entre sus brazos, susurrando
a mi oído palabras de afirmación y dignidad.
No te importó el
fango en mis pies ni el olor a vergüenza impregnado en mis vestiduras. Me acercaste
tan cerquita de ti que pude escuchar los latidos de tu corazón. Por primera vez
experimenté esa paz que sobrepasa todo entendimiento, y que solo tú puedes
ofrecer.
Bajo el manto de tu gracia le das sentido a cada capítulo de mi historia y restituyes cada una de mis lágrimas.
¡Nunca antes me había
sentido tan especial!
Vendó con paciencia
y amor cada una de mis heridas. Nunca olvidaré la ternura en su mirada cuando me dijo: Yo soy la fuente de tu sanidad espiritual, emocional y física. No
tengas miedo, en mis manos estás segura.
Le respondí con
una tímida sonrisa cuarto creciente, ya que no supe expresar con palabras la primavera
que se abría paso en mi interior. ¡Jesús, eres lo máximo!
La sanidad emocional no es un evento de un día, sino un paseo de la mano de Jesús donde aprendemos a soltar, a recibir y a reposar en su gracia.
¡Nunca antes me había
sentido tan amada!
Quería agradarlo
con algo especial, pero no tenía nada que darle —bueno, eso pensaba. Pero Jesús
me pidió que le entregara mi corazón.
—¿Estás seguro? —le dije —. Asintió con
la cabeza con una mirada que me fue imposible contradecir su petición. Con mucho
cuidado le di mis sueños rotos, mis promesas sin cumplir, mis oraciones sin
respuestas, mis heridas más profundas, mis anhelos más secretos. ¡Y valió la
pena hacerlo!
Jesús, tu amor me hace valiente, me llena de paz y me hace feliz.
Amiga, no tengas
miedo de pedirle a Dios, no tengas miedo de acercarte a su trono de gracia.
Jesús te espera con una sonrisa para abrazarte con misericordia y vestirte de
justicia y dignidad.
Deja de
condenarte, deja de culparte, deja de pellizcar la herida, y recibe su toque
sanador.
Cada vez que te
preocupas y dejas de disfrutar lo que Dios te ha dado, sintiéndote miserable e
indigna, minimizas su amor por ti y rechazas el pago de tu libertad que le
costó la vida de su hijo.
Tu victoria no
depende de tu estado de ánimo, ni de la aprobación de tus sentimientos. La
verdad de Dios está muy por encima de tu historia, de tus heridas, de tus
fracasos y de cualquier otra cosa que te robe la paz.
¡Levántate y
resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti! –
Isaías 60:1
¡Déjate amar por
Jesús, porque a él le gusta verte sonreír!
Amor y gracia,
Sandy