sábado, agosto 19, 2017

AL RITMO DE SUS PROMESAS



Mis sentimientos van y vienen, pero la opinión que Dios tiene de mí es inconmovible.


Francamente, no es que dudemos del poder de Dios ni de la veracidad de sus promesas, sino que muchas veces dudamos de la posibilidad de que se hagan realidad en nosotras.

 Animamos a otros, tenemos fe para orar por los demás, pero cuando se trata de nuestras necesidades, permitimos que nuestras faltas y debilidades nos descalifiquen.

Ese sentimiento se cuela sutilmente en nuestros pensamientos y con paciencia y perseverancia hace hasta lo indecible por desviarnos de quien debe ser nuestro único y verdadero punto de enfoque—Jesús—.

Como persona no grata, se sienta en la sala de nuestros pensamientos con sus empalagosos argumentos, tratando de contradecir la opinión que Dios tiene de nosotras y así debilitar nuestra fe, robar nuestra paz y destruir nuestra identidad.

No todo lo que vuela sobre mi cabeza está obligado a aterrizar en ella; no todo lo que mi corazón siente debe dictar el rumbo de mis decisiones.

 


 Nuestra falta de fe no anula la fidelidad de Dios, ni la presencia de la duda es motivo para que nuestra fe se debilite. Cuando ponemos nuestra mirada en Jesús y permitimos que su palabra sea el compás de nuestros pasos, caminamos sobre las olas de la tempestad, salimos ilesas del horno de fuego y con la frente en alto del foso de los leones.

Permíteme darte una ilustración visual: Imagínate que te encuentras en un evento donde coincides con una persona que no te cae muy bien y que no es santo de tu devoción. La presencia de esa persona puede producir un sentimiento, pero de ti depende darle luz verde o no.

¿Si me entiendes? 

De igual manera la fe y la duda pueden cohabitar, pero nosotras tenemos la responsabilidad de validar las promesas de Dios por encima de nuestro estado de ánimo y las exigencias de nuestros sentimientos. Recordemos lo que se dijo a sí mismo el salmista, probablemente en un momento de ansiedad y de emociones despeinadas:

Que todo lo que soy alabe al Señor; 


que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí.


Él perdona todos mis pecados


y sana todas mis enfermedades.


Me redime de la muerte


y me corona de amor y tiernas misericordias.


Colma mi vida de cosas buenas;


¡mi juventud se renueva como la del águila!


-Salmo 103:2-5

No es tener una fe grandiosa, sino una fe sencilla en el Dios grandioso, y validar su palabra por encima del yo-yo de nuestros pensamientos y emociones lo que nos permite bailar al ritmo de sus promesas.


Amor y gracia,

Sandy