En la seguridad de
tu amor por mí todas las piezas de mi rompecabezas cobran sentido.
¿Qué si me fue fácil
hacerlo? Para nada, la verdad que me costó mucho. Pero era necesario.
¿Qué si recibieron
mi decisión y mis palabras en buena onda? Eso hubiera sido mucho más fácil para
mí. Francamente, aquello parecía un episodio de lucha libre—Máscara contra
cabellera—, pero no me dejaron otra alternativa, tuve que hacerlo.
¿Qué si volvería a
hacerlo de nuevo? Sin pensarlo dos veces. ¡Claro, no en mis fuerzas, sino en
las que Dios me da! Yo sola no podría.
¿Qué cómo lo hice?
Bueno, como te dije, no tenía muchas opciones, o validaba lo que Dios me estaba
diciendo, o me quedaba a la merced de mi estado de ánimo, de mis sentimientos y
de todos los disparates que constantemente tratan de aterrizar en mi cabeza. Francamente estaba cansada del mismo menú: dificultad, preocupación, ansiedad,
temor, Pero aprendí que mis sentimientos no tienen la última palabra y que muchas
veces no dicen la verdad.
No necesito el aplauso de mis sentimientos ni la aprobación de mis razonamientos para creerle a Dios y avanzar en el camino que Él ha trazado para mí.
Así que me acerqué
a Jesús sin pretensiones—vestida de imperfección, calzada de impaciencia, con
temor a ser rechazada y con mi mochila llena de problemas, culpas, vergüenza,
incredulidad y un montón de interrogantes.
Para mi sorpresa,
fui recibida por una caravana de sonrisas, abrazos, aprobación y esperanza. Me
vistió de sus promesas, y a medida que saboreaba cada palabra de amor y afirmación que salían de su boca hacia mí,
podía ver con claridad lo imperceptible a mis ojos naturales.
“Los que a él acuden se llenan de alegría y jamás pasan vergüenzas.”
-Salmo 34:5
A pesar de que mis
circunstancias no eran favorables, ni el viento soplaba a mi favor, aunque mis
sentimientos y emociones estaban renuentes a cooperar con el proceso—aclaré mi
voz, encendí el micrófono y comencé a darle gracias a Dios.
¡Gracias por tu amor
incondicional! Aunque no me sienta amada.
¡Gracias por
escuchar mis oraciones! Aunque me sienta ignorada.
¡Gracias por ver
valor en mí! Aunque me sienta indigna.
¡Gracias por darme
una nueva oportunidad! Aunque sienta que no la merezca.
¡Gracias por darme
belleza! Aunque solo vea cenizas.
¡Gracias por
perdonarme! Aunque mi corazón me condene.
¡Gracias por tu
gracia! Aunque no tenga sentido para mí.
Amiga, cuando
medimos la fidelidad y el amor de Dios de acuerdo a nuestras circunstancias
o de acuerdo a la frágil percepción de
nuestros sentimientos, corremos el riesgo de quedarnos atrapadas en la
decepción y en el viento recio de nuestras emociones
En cambio, cuando
decidimos creerle a Dios y avanzar en su dirección independientemente de
nuestro yo-yo interno o de la agresividad de nuestras circunstancias, somos protagonistas
de grandes milagros, de grandes victorias, de grandes revelaciones y del
cumplimiento de sus promesas.
“La fe que agrada a Dios es la que cree que Dios existe y que Él nos recompensa.”
– Joseph Prince
No importa el
tamaño de la montaña, en su amor estás segura, bajo su gracia todas tus
necesidades son satisfechas. Así que agarra tu micrófono e infórmale a tus
sentimientos y dificultades que vas a atravesar este desierto con tu mirada
puesta en Jesús— en sus brazos, de su mano, en su regazo, bailando al ritmo de
sus promesas, reposada en la seguridad de su gracia y amor por ti, hasta que
tus ojos naturales vean lo que tus ojos espirituales han presenciado.
Bendice, alma mía,
á Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien
perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata
del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de
bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila.
Salmo 103:2-5
Feliz Semana,
Sandy