Foto: Picochile-Hugh Honeyman - CC |
“Las bendiciones de Dios son dadas de acuerdo a las
riquezas de su gracia, no de acuerdo a la profundidad de nuestras fe.” – Max Lucado
¿Cuántas veces hemos decidido creerle a Dios y a
mitad de camino nos encontramos con un tsunami de dudas, miedos y sentimientos
encontrados?
Comenzamos con mucho optimismo a caminar sobre el mar
de la adversidad, pero cuando dejamos de mirar a Jesús y nos enfocamos en
nuestros razonamientos, en la lógica humana y en la realidad de nuestras
circunstancias, automáticamente nos hundimos en el oleaje de la preocupación,
de la ansiedad y la duda.
Por un momento, nos sentimos que al igual que Moisés,
podemos abrir el Mar Rojo o como Pablo y Silas, salir de nuestra prisión
cantando y adorando a Dios. Pero cuando el mar no se abre, ni las cadenas de
nuestra prisión se rompen, nos desanimamos, dudamos de la palabra que Dios
sembró en nuestro corazón y para variar, sentimos que Dios no nos ama, que
está enojado con nosotras y que no somos suficientemente dignas para merecer su
favor y su misericordia.
“Tú debes separar cómo te sientes de lo que tú sabes.”
-T.D Jakes
Nuestras emociones y nuestros sentimientos son un
chuchillo de doble filo—cuando las cosas marchan bien, nos hacen sentir que
somos las meras meras, pero en medio de la oposición, succionan nuestra
esperanza, nuestra confianza, nuestra visión y nos tiran en el rincón de la
conmiseración junto con “pobrecita de mí” y “esta situación nunca va a cambiar.”
Creerle a Dios no es asunto de sentimientos y emociones, sino de fe y obediencia.
El tamaño de tu fe no es lo que realmente cuenta,
sino en las manos de quien la pongas. Jesús fue claro cuando dijo que si
nuestra fe fuera tan pequeña como un grano de mostaza, nada nos sería imposible.
No de acuerdo a nuestros caprichos egoístas, sino de acuerdo al propósito y al
destino que Él ha predestinado para cada una de nosotras.
—Lugar de gozo, paz, propósito y significado, aún en medio de las pruebas.
Cinco panes y dos peces, fueron más que suficiente
para alimentar a miles. Un acto de obediencia, de volver a tirar las redes al
mar, fue el único requerimiento para ver la mano de Dios obrar a través de la insuficiencia
del hombre.
Cuando aprendemos a ver nuestras circunstancias
desde la perspectiva del amor de Dios de manera personal y no desde la
perspectiva de nuestras carencias. Cuando nos vernos como Dios nos mira y no a
través del espejo de nuestras faltas y nuestros errores— nuestras emociones no
tienen más remedio que sujetarse a nuestras pisadas de fe. Es un proceso, no pasa de la noche a la mañana, pero es una decisión sabia.
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
-Hebreos 11:1
La fe no es algo que tú pares en tus propias
fuerzas. La fe que transforma, que sustenta, que abre la puerta de lo imposible,
tiene su fuente en la palabra de Dios, no en un deseo efímero de ver un cambio.
La palabra de Dios no es simplemente verdad, sino LA
VERDAD —nuestro título de propiedad y nuestras autoridad final. Por eso, cuando
te aferras a esa realidad y no a la vulnerabilidad de tus sentimientos y
circunstancias, serás protagonista del cumplimiento de sus promesas sobre tu
vida.
Jesucristo pagó la deuda de tus tus pecados, de tus culpas,
de tus fracasos, de tu vergüenza, de tus temores, de tu condenación, de tus
enfermedades, de todo aquello que te
impide vivir en completa libertad.
Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas. Aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento.
-Isaías 61:3
¡Es tiempo de creerle a Dios!
Feliz Semana,
Sandy,