Foto: Joel Bedford - Creative Commons |
Soy una princesa, no porque me haya casado con un príncipe,
sino porque mi padre es Rey y Él es Dios… ¡Elemental mi querido Watson!
¿Con qué clase de cosas asocias la palabra “Princesa”?
Probablemente con el color rosado, vestidos largos
con encajes y cintas entrelazadas, zapatos de cristal, coronas de diamantes,
castillos con hermosos jardines, reuniones y bailes reales… ¡Oh! y obviamente
el famoso príncipe azul, que dicho sea de paso, siempre lucen, esbeltos, musculosos,
amables, tiernos, complacientes, humildes y valientes… o sea, la perfección personificada…
Y así fuimos creciendo como niñas, escuchando
opiniones y comentarios como estos:
— “Las
princesas siempre se portan bien.”
— “Las
princesas no dicen mentiras.”
— “Las
princesas son amables y obedientes.”
— “Las
princesas no dicen malas palabras.”
Inconscientemente nos crearon un estándar a seguir –quedándose grabada en nuestro corazón la
creencia de que las mujeres valiosas son las que persiguen perfección...
Con el transcurso de los años emprendimos la
aventura de diseñar nuestro destino con una maleta llena de sueños y anhelos. Pero
en medio del camino, muchas nos quedamos
atrapadas en las consecuencias de nuestras malas decisiones y como quien ha
recibido condena de muerte, nos limitamos a escuchar el triste susurro de la
culpa:
“Has fracasado. Perdiste la oportunidad .Las
princesas no salen embarazadas antes de casarse… las princesas no se divorcian…
las princesas no son indisciplinadas como tú… las princesas no se acuestan con
hombres casados… las princesas no se enojan ni gritan…las princesas no son
vulnerables…las princesas no están encarceladas…las princesas no son como tú.”
“No tengas miedo. Yo te he liberado; te he llamado
por tu nombre y tú me perteneces.”
—Isaías 43:1 (TLA)
Y el amor de Dios hace acto de presencia como
poderoso gigante —con mando y autoridad. Nos sostiene en sus brazos y
mirándonos fijamente a los ojos nos dice:
“Yo soy quien perdona tus faltas. Yo soy quien te da
nuevas oportunidades y nuevos comienzos. Yo soy quien venda tus heridas,
restaura tu alma y hago rebozar tu corazón de alegría. Yo soy quien cierra la
boca de los leones y quien abre camino en medio de tu desierto.”
El amor de Dios nos recuerda que las verdaderas
princesas no se detienen ante el fracaso. Exhiben sus cicatrices como símbolo
de crecimiento y sabiduría.
Nada libera más a una mujer de las heridas de su pasado y
de las consecuencias de sus malas decisiones, que un entendimiento genuino del
amor de Dios por ella.
La sencillez
de un simple paso de fe que encauza su vida en la dirección correcta, transformando
el fracaso en trampolín, para conquistar
una vida completa y significativa.
“La calidad de un guerrero no se mide por sus
victorias, sino por el valor de continuar a través de las profundas heridas de
sus derrotas.”
—Pastor Rudy Gracia
No importa los años que lleves atrapada en el calabozo.
El amor de Dios es el mismo, su poder es
el mismo, su autoridad es la misma, sus planes para tu vida son los mismos, y
en sus manos, tus desaciertos son la materia prima para un nuevo comienzo.
Eres una princesa, no porque te hayas casado con un
príncipe, sino porque tu padre es Rey y
Él es Dios… ¡Elemental mi querido Watson!
¡Feliz Semana!
Sandy